Daniela Pérez
Antes de hacer cualquier tipo de
comentario en relación al contenido de la carta, quisiera detenerme en Émile
Zola para decir que es un hombre qué “no tiene pelos en la lengua” defiende a
Dreyfus frente a una nación de ideas mudas, y le abre el entendimiento a
lisiadas filas de pensamientos dormidos.
No le interesan las acusaciones, ni menos que lo culpen de difamación, sino lo que le
importa es la verdad. Esa cruda y turbia verdad que mancha a Francia de
unicolor. Tantas
autoridades partícipes de este montaje, hombres encarcelados en este mundo unicolor: el blanco, y
adolecen de una enfermedad terminal: el racismo.
Felices los ciegos de nacimiento que jamás
comprenderán el racismo ni lo sentirán, pues sólo ellos están dotados para ver
con los ojos de la razón y el corazón. Lamentablemente, los miopes y ciegos de
cerebro, en todos los tiempos y sociedades, no alcanzan a divisar esta realidad
multicolor, pues su mundo siempre se reduce a un color que, en síntesis, es el
color de la mentira.
Ya entrando al transfondo de la carta y a lo
que me acata, me llama mucho la atención ¿por qué Dreyfus? Será porque había
que culpar a un militar que no tuviera como defender su inocencia o simplemente
por un tema racial. Pero en fin, sabemos
que Dreyfus fue acusado injustamente
por ser judío de alta traición a la patria. Zola enfrentándose a todo un país,
lo defiende. Pero para Zola sea cual fuere el punto de esta farsa, este entorno
lleno de mentiras y fraudes debía salir a la luz. “Es mi deber: no quiero ser
cómplice” e intervino con la mejor arma que puede tener un intelectual; con la
pluma.
Es increíble como un hombre puede llegar a estremecer
a toda una nación con solo plasmar en un papel de diario una verdad tan fuerte
como esta, que involucra personas con cargos altamente importantes, como el
ministerio de guerra. Nos deja más que claro qué, no se necesitan armas de
fuego para hacer una revolución, ni menos la violencia, sino esta pluma qué es viva y
eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta
partir el alma, y aún el espíritu, y las coyunturas y tuétanos.
“Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se
haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene
derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma”.
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