Claudia Gómez
…cada uno de ellos no
era más
Viktor Frankl
Un
psiquiatra cae en un campo de concentración en Alemania: Auschwitz, en dónde
mantiene una lucha espiritual, mental y física para sobrevivir en un ambiente
totalmente hostil, violento y desagradable. Lugar en el cuál se realzaban y se
le daba máxima importancia al empobrecimiento de los prisioneros, y no se trata
de dejarlos sin bienes materiales, sino también por medio de la humillación y
denigración al ser humano, mirados como “cerdos”.
El
autor y protagonista del libro, da características y detalles de la vida de un
recluso normal dentro del Auschwitz. Y el tema principal: Cómo una persona con
nombre y apellido, con una familia, con un nivel de estudios profesionales y
con un trabajo, pierde toda identidad sin reclamos, y pasa a tomar parte de una
seguidilla de números. Ahora sus nombres, sus recuerdos, sus familias y sus
vidas pasan a ser un número frívolo,
número que representa sometimiento, abuso, una sumatoria y un orden
obligatorio.
La
búsqueda de sentido dentro del libro esta de forma vertical, ya que es cruza
todo el curso de la historia y además de representar la finalidad del
protagonista dentro de la narración. El prisionero número 119.104 (protagonista
y autor) desde un principio comienza a observar y a armar sus propias partes
de destrucción de personalidades,
recuerdos y deseo, los cuales lo toma a manera de estudio y cómo patrón que se
va repitiendo dentro del campo de concentración, luego toma estos caracteres y
comienza a crear mecanismo de defensa y poder frente a lo adverso.
Un
factor importante dentro de la vida de los recursos era la desolación, la
soledad y ansiedad que sentían dentro de la comunidad que debían estar. Estos
sentimientos están ligados con el hambre, entonces estos tuvieron que pasar por
un momento de resignación y entrega a lo que se les venía, ya no tenían de
otra. Es por ellos que tuvieron que adaptarse a ver todas las atrocidades que
pasaban en Auschwitz, a tal punto que ya no sentían sensibilidad al ver muertes
brutales y golpes apresurando
trabajando.
Jacques
Bacan toma la parte del deseo en sus estudios. Deseo que se vea plasmado en la
vida de los reclusos, ya que alimentaban innecesariamente el deseo que pronto
llegaría el día de regreso a casa. Lacan nos explica que “el
deseo es el deseo del Otro”, por ende el deseo de una persona que es
diariamente agredida física y psicológicamente, busca amor o algún contacto
físico con alguien, y ese alguien difícilmente lo podían encontrar dentro del
campo, ya que relaciones de amistad, compañerismo y amor, eran, por una parte,
brutalmente castigadas, y por otra llegaba el punto que el prisionero endurezca
su sentido común, moral, ético, humanidad, sensibilidad, pudor y asco frente a
situaciones extremas, como sería el caso de ver a un compañero morir de
tuberculosis y no sentir la mas mínima pena y tomar posesión de zapatos, abrigo
y quizás comida del muerto, este proceso nace en el prisionero con la
Indignación. El autor y protagonista del libro lo define en que la indignación
puede surgir incluso en un prisionero aparentemente endurecido, indignación no
causada por la crueldad o el dolor, sino por el insulto al que va unido. Por ende lo que hacía un recluso normal era apegarse y aferrarse
a los recuerdos más próximos que tuvieran con sus seres queridos y en el caso
del protagonista el escudo de protección frente a esta indignación era
“conversar con mi amada”. El deseo de volver a ver y sentir a su esposa era tan
grande que podía traspasar y superar los días grises dentro de Auschwitz, que
podía mantener una “relación” con ella y consolar además el deseo de su mujer,
el deseo que el creía podía tener, el deseo que lo mantenía vivo y despierto.
Continuando
con la idea del deseo de Lacan. El deseo,
por su parte, se manifiesta en las “formaciones del inconsciente” (Freud), o sea: sueños, síntomas, equivocaciones
(olvidos lapsus, actos fallidos), a veces transformados en logros (chistes).
Es decir que este deseo nacía de manera inconsciente y sin ser planeado,
llegaba como barrera protectora que la misma cabeza de los prisioneros creaba
para calmar el dolor y la angustia que vivían. Es así como descubren que dentro
del campo de concentración también existía un grado de sentido del humor,
mínimo, pero lo había. Humor que los hacia desconectarse de la realidad y reír
dentro de la amargura que vivían. El
humor es otra de las armas con que el alma lucha por supervivencia,
por ello entre ellos intentaban mantenerse con buenos ánimos durante el
día, para poder alivianar la carga que significaba vivir dentro del campo de
concentración. El autor es tajante con la idea que el humor, la alegría y las
risas son entes importantísimos en la convivencia de un recluso dentro del
campo, que afirma lo siguiente: el
sufrimiento ocupa toda el alma y toda la conciencia del hombre tanto si el
sufrimiento es mucho como si es poco. Por consiguiente el “tamaño” del
sufrimiento humano es absolutamente relativo, de lo que se deduce que la cosa
mínima puede originar las mayores alegrías. Es por esto que para ellos una
muestra de solidaridad o caridad por mas pequeñas e insignificantes, eran
agradecidas de sobre manera.
Así
como los prisioneros pensaban y se aferraban a sus recuerdos irreales, también debían
luchar con y enfrentar decisiones drásticas: escaparse o no del campo. Esta
decisión dependía del coraje y de el poder que el prisionero tenía sobre si
mismo, además ambas decisiones cambiarían un antes y un después de su
existencia. Michel Foucault, por su parte, afirma que “Hay que admitir que el poder y el saber se
implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin
constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y
constituya al mismo tiempo relaciones de poder. No es la actividad del sujeto
de conocimiento lo que produciría un saber, útil o reacio al poder, sino que el
poder-saber, los procesos y las luchas que lo atraviesan y que lo constituyen,
son los que determinan las formas, así como los dominios posibles de
conocimiento”.
Entonces para los reclusos de Auschwitz, más que un deseo, más que poder
sobre las decisiones de sí mismos y de sobrevivencia, deben tener un grado de
saber. Saber que solo los llevará a su real liberación, no liberación material,
sino que liberación y elevación del espíritu libre.
Finalmente
los reclusos que lograron salir del campo de concentración fueron en su mayoría
hombres que lograron mantener y llegar al nivel de un espíritu libre, o los que
se acomodaban con los guardias. El deseo y el poder van de la mano, son
directamente proporcionales, ambos dan el paso al saber.
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