Signos Bifrontes

Dice Rama, Las ciudades despliegan suntuosamente un lenguaje mediante dos redes diferentes y superpuestas: la física que el visitante común recorre hasta perderse en su multiplicidad y fragmentación, y la simbólica que la ordena y la interpreta, aunque solo para aquellos espíritus afines capaces de leer como significaciones los que no son nada más que significantes sensibles para los demás, y merced a esa lectura reconstruir su orden. Hay un laberinto de las calles y un laberinto de los signos. En ambos sentidos la ciudad desarrolla -y reproduce- una gramática: "toda ciudad puede parecernos un discurso que articula plurales signos-bifrontes de acuerdo a leyes que evocan las gramaticales".



(Ángel Rama, La Ciudad Letrada, Ed. Siglo XXI, 2003)

jueves, 12 de julio de 2012

Existencia desnuda


Claudia Gómez

…cada uno de ellos no era más
que un número…[1]
Viktor Frankl


Un psiquiatra cae en un campo de concentración en Alemania: Auschwitz, en dónde mantiene una lucha espiritual, mental y física para sobrevivir en un ambiente totalmente hostil, violento y desagradable. Lugar en el cuál se realzaban y se le daba máxima importancia al empobrecimiento de los prisioneros, y no se trata de dejarlos sin bienes materiales, sino también por medio de la humillación y denigración al ser humano, mirados como “cerdos”.
El autor y protagonista del libro, da características y detalles de la vida de un recluso normal dentro del Auschwitz. Y el tema principal: Cómo una persona con nombre y apellido, con una familia, con un nivel de estudios profesionales y con un trabajo, pierde toda identidad sin reclamos, y pasa a tomar parte de una seguidilla de números. Ahora sus nombres, sus recuerdos, sus familias y sus vidas  pasan a ser un número frívolo, número que representa sometimiento, abuso, una sumatoria y un orden obligatorio.
La búsqueda de sentido dentro del libro esta de forma vertical, ya que es cruza todo el curso de la historia y además de representar la finalidad del protagonista dentro de la narración. El prisionero número 119.104 (protagonista y autor) desde un principio comienza a observar y a armar sus propias partes de  destrucción de personalidades, recuerdos y deseo, los cuales lo toma a manera de estudio y cómo patrón que se va repitiendo dentro del campo de concentración, luego toma estos caracteres y comienza a crear mecanismo de defensa y poder frente a lo adverso.
Un factor importante dentro de la vida de los recursos era la desolación, la soledad y ansiedad que sentían dentro de la comunidad que debían estar. Estos sentimientos están ligados con el hambre, entonces estos tuvieron que pasar por un momento de resignación y entrega a lo que se les venía, ya no tenían de otra. Es por ellos que tuvieron que adaptarse a ver todas las atrocidades que pasaban en Auschwitz, a tal punto que ya no sentían sensibilidad al ver muertes brutales y  golpes apresurando trabajando.
Jacques Bacan toma la parte del deseo en sus estudios. Deseo que se vea plasmado en la vida de los reclusos, ya que alimentaban innecesariamente el deseo que pronto llegaría el día de regreso a casa. Lacan nos explica que  “el deseo es el deseo del Otro”, por ende el deseo de una persona que es diariamente agredida física y psicológicamente, busca amor o algún contacto físico con alguien, y ese alguien difícilmente lo podían encontrar dentro del campo, ya que relaciones de amistad, compañerismo y amor, eran, por una parte, brutalmente castigadas, y por otra llegaba el punto que el prisionero endurezca su sentido común, moral, ético, humanidad, sensibilidad, pudor y asco frente a situaciones extremas, como sería el caso de ver a un compañero morir de tuberculosis y no sentir la mas mínima pena y tomar posesión de zapatos, abrigo y quizás comida del muerto, este proceso nace en el prisionero con la Indignación. El autor y protagonista del libro lo define en que la indignación puede surgir incluso en un prisionero aparentemente endurecido, indignación no causada por la crueldad o el dolor, sino por el insulto al que va unido[2]. Por ende lo que hacía un recluso normal era apegarse y aferrarse a los recuerdos más próximos que tuvieran con sus seres queridos y en el caso del protagonista el escudo de protección frente a esta indignación era “conversar con mi amada”. El deseo de volver a ver y sentir a su esposa era tan grande que podía traspasar y superar los días grises dentro de Auschwitz, que podía mantener una “relación” con ella y consolar además el deseo de su mujer, el deseo que el creía podía tener, el deseo que lo mantenía vivo y despierto.
Continuando con la idea del deseo de Lacan. El deseo, por su parte, se manifiesta en las “formaciones del inconsciente” (Freud), o sea: sueños, síntomas, equivocaciones (olvidos lapsus, actos fallidos), a veces transformados en logros (chistes).[3] Es decir que este deseo nacía de manera inconsciente y sin ser planeado, llegaba como barrera protectora que la misma cabeza de los prisioneros creaba para calmar el dolor y la angustia que vivían. Es así como descubren que dentro del campo de concentración también existía un grado de sentido del humor, mínimo, pero lo había. Humor que los hacia desconectarse de la realidad y reír dentro de la amargura que vivían. El humor es otra de las armas con que el alma lucha por supervivencia,[4] por ello entre ellos intentaban mantenerse con buenos ánimos durante el día, para poder alivianar la carga que significaba vivir dentro del campo de concentración. El autor es tajante con la idea que el humor, la alegría y las risas son entes importantísimos en la convivencia de un recluso dentro del campo, que afirma lo siguiente: el sufrimiento ocupa toda el alma y toda la conciencia del hombre tanto si el sufrimiento es mucho como si es poco. Por consiguiente el “tamaño” del sufrimiento humano es absolutamente relativo, de lo que se deduce que la cosa mínima puede originar las mayores alegrías. Es por esto que para ellos una muestra de solidaridad o caridad por mas pequeñas e insignificantes, eran agradecidas de sobre manera.
Así como los prisioneros pensaban y se aferraban a sus recuerdos irreales, también debían luchar con y enfrentar decisiones drásticas: escaparse o no del campo. Esta decisión dependía del coraje y de el poder que el prisionero tenía sobre si mismo, además ambas decisiones cambiarían un antes y un después de su existencia. Michel Foucault, por su parte, afirma que Hay que admitir que el poder y el saber se implican directamente el uno al otro; que no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y constituya al mismo tiempo relaciones de poder. No es la actividad del sujeto de conocimiento lo que produciría un saber, útil o reacio al poder, sino que el poder-saber, los procesos y las luchas que lo atraviesan y que lo constituyen, son los que determinan las formas, así como los dominios posibles de conocimiento”.[5] Entonces para los reclusos de Auschwitz, más que un deseo, más que poder sobre las decisiones de sí mismos y de sobrevivencia, deben tener un grado de saber. Saber que solo los llevará a su real liberación, no liberación material, sino que liberación y elevación del espíritu libre.
Finalmente los reclusos que lograron salir del campo de concentración fueron en su mayoría hombres que lograron mantener y llegar al nivel de un espíritu libre, o los que se acomodaban con los guardias. El deseo y el poder van de la mano, son directamente proporcionales, ambos dan el paso al saber.

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