Signos Bifrontes

Dice Rama, Las ciudades despliegan suntuosamente un lenguaje mediante dos redes diferentes y superpuestas: la física que el visitante común recorre hasta perderse en su multiplicidad y fragmentación, y la simbólica que la ordena y la interpreta, aunque solo para aquellos espíritus afines capaces de leer como significaciones los que no son nada más que significantes sensibles para los demás, y merced a esa lectura reconstruir su orden. Hay un laberinto de las calles y un laberinto de los signos. En ambos sentidos la ciudad desarrolla -y reproduce- una gramática: "toda ciudad puede parecernos un discurso que articula plurales signos-bifrontes de acuerdo a leyes que evocan las gramaticales".



(Ángel Rama, La Ciudad Letrada, Ed. Siglo XXI, 2003)

miércoles, 4 de julio de 2012

Autoantropofagia


Daniela Pérez


¿Con quién habla el escritor cuando siente que crea?          
¿Con el demonio al que Sócrates le susurraba? 
O ¿Al omnipotente Dios a quien cree
Adivinarle sus pulsaciones secretas?

                                                                                 Heterodoxos, Ernesto Sábato

                         Para Sartre, la literatura lo es todo, debe darnos no solo una representación total del mundo, sino que debe ser un estímulo de la acción, al  menos por sus aspectos críticos. Es aquí donde la literatura establece una conexión directa e interactiva con la filosofía.
Para éste teórico existen dos clases de escritores, los que son realmente comprometidos y los que  no lo son. En el caso de los escritores que lo son, el fondo y la forma van de la mano como el cuerpo y el alma. En el caso de los segundos, el fondo y la forma van de la mano como el  cuerpo y un traje. En el caso de los escritores comprometidos, frente a la página en blanco, se enfrenta no solo a la tarea de poblarla de imágenes, sino al peso de una tradición en la que busca cobijarse o de la que quiere distanciarse; así sea éste un afán secreto. El escritor comprometido, o sea el que realmente lo es, sabe que la palabra es acción, sabe que revelar es cambiar y que no es posible revelar sin proponerse el cambio.
En casi todo escritor, como sucede con cualquier artista, un heterodoxo lucha contra su propia ortodoxia, es decir, de ella se libera o a ella se atiene. Es por eso que la ortodoxia, nos encierra en una cueva provista de una larga entrada abierta hacia la heterodoxia, nos  ata de las piernas y cuello donde solo podemos mirar hacia delante y ver sombras reflejadas de la realidad.
Solo queda cortar cadenas, salir de la cueva, preparar el ritual, el incienso, la música y  las velas, invocar al indígena encerrado en lo profundo de nuestros  tuétanos, que como sabemos viene con hambre y no queda más qué, servirle al intelectual que hemos formado, el resultado de éste proceder autoantropofágico es la creación de un producto innovador, divergente; un heterodoxo, lo heterogéneo ha sido incorporado y recreado. Los heterodoxos son los que no se ciñen a las reglas del canon; los exiliados, Aquellos que prefieren reinar en los infiernos que servir en los cielos. En la literatura, los excluidos de las antologías o apenas insinuados, y que terminan por ser, a veces, lo más vivo del mundo literario. No se puede elegir ser heterodoxo, la heterodoxia nos elige.

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