Signos Bifrontes

Dice Rama, Las ciudades despliegan suntuosamente un lenguaje mediante dos redes diferentes y superpuestas: la física que el visitante común recorre hasta perderse en su multiplicidad y fragmentación, y la simbólica que la ordena y la interpreta, aunque solo para aquellos espíritus afines capaces de leer como significaciones los que no son nada más que significantes sensibles para los demás, y merced a esa lectura reconstruir su orden. Hay un laberinto de las calles y un laberinto de los signos. En ambos sentidos la ciudad desarrolla -y reproduce- una gramática: "toda ciudad puede parecernos un discurso que articula plurales signos-bifrontes de acuerdo a leyes que evocan las gramaticales".



(Ángel Rama, La Ciudad Letrada, Ed. Siglo XXI, 2003)

viernes, 1 de junio de 2012

Cantándole a los perros


Andrea Órdenes

Víctor:
Oías desde los rincones de tu casa un eco de lucha gallarda, sin derrota, sin ser ni reducidos ni aniquilados, antes de la destrucción, en que dejaba coreando los rincones de tu hogar las palabras del presidente en  la radio popular.
Saliste de tu casa, te despediste de un beso con tu mujer, le regalas un abrazo frío, ya antes de salir presentías lo que pasaría. Sin mirar atrás cerraste la puerta, sabiendo a lo que ibas sacaste la gasolina extra que tenías en casos como aquellos, te dirigías a la universidad con la guitarra trabajadora a cantar contra los perros, tu guitarra, la que servía para animar a los combatientes y no para ser fusil. Te rodearon los verdes, te encadenaron las manos pero aún no callaba tu voz, tus pies avanzaban a puntapiés de los fusiles codiciosos por descargas de las balas, caminabas al cuarto del martirio, del suplicio, del tormento, del que ahora es para muchos el sofoco y el bochorno. Te sacan de la fila de la infamia, sientes la voz del déspota gritar en tu cara, ya te encuentras en el suelo ensangrentado, inmune miras al fascista con tu rostro campesino, no te quejas, ni tampoco pides clemencia, recuerdas ver a los trabajadores heridos, ensangrentados y humillados avanzar en las filas dirigidas hacia el terror, veías a un hermano peruano como le cortaban su oreja, acusándolo que su piel morena,  era por ser cubano, oyes como el “Príncipe” da órdenes de golpear a un trabajador que se desangra hasta su muerte, ves como se lanza de las galerías a un trabajador con el grito de “¡Viva Allende!”, estallando la sangre en las canchas del estadio, bajo custodia observabas todo esto, ahí bajo ese mismo estadio que te aclamó cuando ganaste el Festival de la Nueva Canción chilena, tu serenidad que emanaba de tus ojos descomponía al perro ya fuera de control, producto de aquellos comienzas a sentir nuevamente las culatas en tu cuerpo, te levantas. Te vuelves a levantar, ya no te pudiste levantar más, tu cuerpo fue  mutilado por los fascistas, pero tu poema escrito antes de morir atravesó las alambradas y voló a la libertad: “Somos cinco mil en esta pequeña parte de la ciudad, somos cinco mil ¿Cuántos seremos en total en las ciudades y en todo el país?”
Víctor: Acá te recuerda  y te escucha El niño Yuntero, el bandido de Luchín, La bella Amanda,  El arado que no se cansa de labrar la tierra.
Víctor: Desde aquí  de lo terrenal, te oímos, te leímos y te recordamos que donde estés tengas el paraíso de la Peña de los Parras y que nosotros tengamos algún día El pleno derecho de vivir en paz.

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